Es interesante el debate que está teniendo lugar últimamente en torno a la seguridad del vehículo. La última pincelada proviene de la Administración Nacional de Seguridad de Estados Unidos, donde su presidenta, Deborah A. P. Hersman, explica que las empresas dedicadas a las tecnologías deberían reducir sus inversiones en elementos que distraen al conductor de su actividad principal:
Si los productores de tecnología se centrasen más en la seguridad que en lo que vende, veríamos reducir la siniestralidad vial.La crítica no es un hecho aislado. En los últimos tiempos, existe en el país americano un interés por erradicar los elementos del vehículo que pueden causar distracción, un factor de riesgo que la NHTSA, el organismo que regula la seguridad vial en Estados Unidos, está empezando a tomarse muy en serio.
De hecho, en el mes de diciembre se especuló con una orden para prohibir la utilización de teléfonos móviles por el conductor del vehículo bajo cualquier circunstancia, incluyendo el uso de manos libres. Intentar eso, en un país en el que están acostumbrados a hablar por teléfono mientras conducen como una extensión de sus libertades, es poco menos que arriesgado.
Sólo así se entiende que las empresas que se dedican a equipar electrónicamente los vehículos se hayan decantado en los últimos tiempos por “mejorar la experiencia del usuario”, como se dice habitualmente en el terreno de las tecnologías de la información. Sólo que en este caso, el usuario va sobre ruedas y a una cierta velocidad por un entorno donde convive con otras personas.
Sin ir más lejos, la multinacional del chip y los semiconductores Intel acaba de invertir 100 millones de dólares en un fondo para el desarrollo de los sistemas de información y entretenimiento en el vehículo. El resultado lo tenemos en la calle. La conectividad está a la orden del día, y raro es el fabricante de automóviles que no ofrece ya en sus últimos modelos una conexión total con el smartphone a pesar de los riesgos que conlleva.
Consejos para fabricantes y datos de siniestralidad
Por su parte, la Administración intenta ganarse a los fabricantes con consejos, más que con órdenes directas. Así, el mes pasado el Departamento de Transporte editó una guía con recomendaciones como, por ejemplo, que ninguna tarea que deba realizar un conductor conlleve un tiempo superior a dos segundos, o que para introducir datos de navegación o acceder a redes sociales el vehículo tenga que estar detenido.
Parece obvio, pero no lo es del todo. La Administración no tiene fuerza suficiente como para obligar a los fabricantes, y eso es así, entre otras cosas, porque los fabricantes se mueven por los datos de siniestralidad real y palpable que les ofrece la Administración.
Tomemos el ejemplo de los sistemas de navegación. Entre los siniestros registrados por la NHTSA no se ha determinado ninguno causado por haber manejado un navegador. Y cuidado, porque eso, dicho así, parece implicar que no se ha producido ningún siniestro por esta causa, cuando lo único que sucede es que… no se ha determinado.
En Estados Unidos, la recogida de datos relativos a la distracción era manifiestamente mejorable hasta este año pasado, cuando se han empezado a abordar las causas de los siniestros y no simplemente las circunstancias concurrentes. Va otro ejemplo, esta vez sobre teléfonos móviles: hasta el año pasado, se anotaba la presencia de un móvil en el coche; ahora, se apunta si el siniestro se produjo mientras el conductor hablaba por teléfono o si enviaba un sms, por decir algo.
Mientras esto sucede, algunos fabricantes esgrimen la figura del dato numérico para reivindicar que las mejoras tienen que ser en función de lo que causa o no causa distracciones peligrosas, de manera que el pez se muerde la cola. La administración norteamericana, para pedir mejoras a los fabricantes, tendrá que mejorar en los datos palpables que les ofrece. En esas órbitas, la previsión de lo que puede llegar a suceder, por lo visto, queda al margen.
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